31 de diciembre de 2012

Las violetas, no tenían por qué


El día de los muertos,
 florecen crisantemos, 
 pero las violetas no tenían por qué:
 será celebración?; 
pero… no es conveniente, 
será casualidad?
será para romper contra ley natural? 
acaso por el aire les llegó la noticia. 
En el patio de atrás, mirando a su ventana, 
así, discretamente, han florecido tres. 
Pero, las violetas… 
no tenían por qué…no tenían por qué 

                                             De Sabela

10 de diciembre de 2012

El canto de un duro


María Vela Zanetti

Víctor Gómez Pin, quien últimamente se hacía llamar Demetrio –a mí que no me venga con ésas después de tantos años envidiándole un nombre con resonancias de Edgar Allan Poe y cadencia chulesca–, llamaba, con su habitual retranca, al viejo y admirado amigo Agustín García Calvo, «Augusto», y no sólo por sus patillas de comodoro y la voz campanuda, sino más bien por esa máscara triste y pálida que voluntariamente había montado él sobre su rostro; máscara de payaso elegantón y plateado, ampuloso y terrible, antifaz teatral de tragedia griega, enmarcado por unas patillas decimonónicas que remataba lo que parecía ser una corona de cabello cano y rizado. El resultado era totalmente insólito, abrasador, antiguo. Gigante y cabezudo a la vez, no había quien le quitara la vista de encima. Así tenía decidido Agustín ir por la empinada y sosa vida, uniformado con foulard hippie y chaleco negro de feriante de ganado, para ponernos a todos en nuestro sitio, y para ponerse a sí mismo en el más peligroso, el de un deus ex machina atrabiliario y astroso. Fui su alumna durante dos años, una vulgar, no de las extasiadas y misteriosas que se amontonaban en el bar La Aurora, donde él desgranaba a los presocráticos como quien come pipas. Venía yo de haber estudiado sin ningún provecho una carrera errática y poco ática de Ciencias de la Información, y pensé, con ánimo entre suicida y narcisista, que las lenguas clásicas, y especialmente las que se impartían en la Complutense, me sacarían del marasmo. Así fue gracias a Agustín. Allí se estudiaba de verdad o, mejor dicho, se aprendían cosas de las que sirven para alegrar tu vida para siempre.

Agustín era ya por entonces una figura, política e intelectualmente, un personaje incendiario en toda regla; un filólogo eminente, un traductor primoroso, un poeta grácil, un editor esmerado. Sus clases estaban lógicamente abarrotadas por personas que esperaban de él «una señal». Dio muchas, pero como era un tipo duro, nunca de compadreo, ni de simpatía. Él no era un hombre simpático, ni falta que le hacía; pensaba por todos nosotros y eso, estoy segura, cansa y tuerce el morro. Pero su alborozo al declamar a Catulo («Miser Catulle, desinas ineptire et quod vides perisse perditum ducas») era contagioso como la risa de los niños y su sentido de la equidad, tan ajustado como he visto pocos. Era, cosa improbable, paciente y zumbón con los demás compañeros. El eminente académico que le antecedía, un viejo prolijo y ceniciento, solía comerse parte del tiempo de clase de Agustín, y cuando al fin le pasaba los trastos, se despedía de nosotros con un desdeñoso y vil: «Bueno, ahí les dejo con el aedo García, el rey del aparato crítico». Y entonces hacía su aparición un refrescante y aplomado Agustín, quien, sí, era el rey del aparato crítico. Para mí, el denostado aparato crítico es un arma incruenta a la que nunca renunciaré: una de las muchas cosas que aprendí del «aedo», y sin esfuerzo. La otra –decisiva– es que, por encima de los conocimientos filológicos, de los compromisos cívicos, incluso por delante de la necesaria juerga, me enseñó a celebrar la lengua común, un verdadero don, el soleado y transparente lugar en alto desde el que todo se divisa y ordena; la palabra, su canto, su verdad y su ensueño. Ese descubrimiento fue para mí un aguijón que perdura, y un conjuro para borrar aquel cruel «la letra con sangre entra» de los tiempos de hierro.

Y, así, fue la música y no la letra, tan engañosa, la que nos llevó a perseguir la verdad y a no fiarnos de ella: dulce música, venturoso acento, valerosa versificación: «Dánosla hoy, y mañana, dánosla más todavía», que decía un buen poeta del hambre. Agustín recitaba con energía y naturalidad, y nos invitaba a hacerlo como quien te ofrece una copa en medio de una fiesta. Un día, para explicarnos la importancia de la frase, que él llamaba «instancia mínima de significado», nos pidió que nos levantásemos de uno en uno y lanzáramos la nuestra. Aquello se prolongó durante horas: nadie quería quedarse sin hablar. Cuando me tocó el turno aventuré un «Víctor Gómez Pin vive en París»; él dio un respingo y siguió, sin comentar nada. Más éxito tuvo, en cambio, la frase de una muchacha latinoamericana, menuda y melosa, que, asistida por su gatuno acento insular, maulló: «Me fassinan las seresas». No, a Agustín ya no es posible dársela con queso: era, ya lo he dicho arriba, un duro y un buen cantor.

A estas alturas de mi vida, reconozco su «mandato» muchas veces. Siempre anda por ahí su carcajada cuando me topo, por ejemplo, a una regordeta pintiparada en su cocina, que responde al nombre de guerra de Pepa de San Lúcar, y que cuando se arranca a cantar, viéndola su marido desgañitarse y afeándoselo, ella contesta: «Es que no sé cantar bajito». También planea sobre mí Agustín cuando leo su traducción de una poesía popular griega que acaba: «Abrir la puerta a la golondrina, abrir, abrir: / que viejos no, no somos: niños somos, sí». O cuando escucho sobrecogida la jota que tan sobriamente canta Javier Echeverría en un bar de Venecia: «Mira si sería guapa, / que hasta el mismo enterrador, / al tiempo de echarle tierra, / tiró la pala y lloró».

Sí, lo oigo muy a menudo y también hoy mientras escribo estas notas, el día de todos los muertos, y me cuentan que él mismo lo está. Lo oigo –decía– tomando aire y expirando canto, y lo cierto es que a Agustín no me lo represento sin resuello, callado y echado, hecho polvo. Sólo el rumor comprobable, el único, de que haya elegido a propósito este día en el que la muerte es común a todos, y no una tragedia personal, me hace pensar que tal vez sí, habrá que hablar de él mucho en adelante, y festejarlo, y leerlo, todo lo que podamos, porque él, tan poco conciliador, nos puso, sin embargo, en la boca la moneda de oro para pasar a la otra orilla: una lengua viva.

Disponible en: [http://www.revistadelibros.com/articulo_imprimible_pdf.php?art=89&t=blogs]

Muere García Calvo. *Me morimos

Por Javier Brox


Le recuerdo en clase de latín haciendo como que se enfadaba, dando un ligero taconazo con sus zapatos entre principescos y jipis, si no llevabas bien el ritmo de Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris…, de Catulo. O cuando se ponía a leer De rerum natura, con aquella voz varonil, pelo en pecho y patillas de bandido alpujarreño. Me impresionó desde el principio, siempre quise contarme en el círculo de sus jóvenes allegados, pero nunca lo conseguí. Le espié en silencio cuando le vi con Savater en la cafetería de la Facultad, creo yo que hablando de sesos, de un plato de sesos fritos, quiero decir, aunque el detalle quién sabe si solo es fruto de mi imaginación retorcida. De lo que estoy seguro es de que le oír discutir con L. M. Panero un día que el poeta se presentó en clase y desde la última fila se puso a provocarle. Quizá le dijo que le iba a salir un cáncer de lengua, de tanto hablar, y le citó a Lacan. Pero, hace más de 30 años de aquello y, quién sabe si, incluso con Panero por en medio, me vuelve a fallar la memoria. Después, como no podía ser su discípulo,  le leí como poeta, ensayista, lingüista, traductor, latinista. Tres cosas suyas tengo clavadas en la memoria. Una, un artículo de El País sobre las cabinas telefónicas, divertido como pocos; otra, un capítulo de uno de sus primeros libros, Lalia (Siglo XXI, 1973). El capítulo se llama *Nos amo, *me amamos y trata de combinaciones  agramaticales de los pronombres personales... Seguir leyendo el post

El anarquismo lingüístico y sin-fin de agustín


En el presente artículo se intenta desentrañar la base supuesta del pensar anarquista de Agustín García Calvo (Agc), lo que nos remite irremisiblemente a su concepción sin-fin del lenguaje, de la lengua común, que no existe ni es real, pero que hay, actúa y se dice siempre contra el Poder.
Todas las citas entrecomilladas de las palabras de Agc han sido extraídas de su obra De Dios (Lucina, 1996), que probablemente sea el compendio y síntesis de su pensar genuino, al razonar en torno a las contradicciones del Dios que existe, pero que es mentira.

A. J. Carretero Ajo | Periódico cnt

¿Qué puede ser eso de un anarquismo sin fin? En el sentir y pensar de Agc lo “sin fin” es lo indefinido, lo incontable, lo imprevisible, la verdadera infinidad de las cosas que son  “impenitentemente muchas, más o menos”. Propiamente lo sin-fin es lo que no existe, lo que escapa por debajo y a los lados de la Realidad constituida como Poder. Siempre se sitúa a lo contrario del Poder y contra todas las epifanías y manifestaciones del Estado y del Capital. “Son las posibilidades, los caminos no trazados, las verdades que no se saben... Un sin fin de posibilidades se nos abren a cada paso y ahora mismo..., y nadie puede contarlas ni saberlas: sólo haciéndose se saben”.

Estas posibilidades sin fin apuntan y remiten a una posibilidad primera: que “aparte de la Realidad, haya algo más, o sea, que lo que existe no sea todo lo que haya”. Y esto es así porque lo que hay y es fundamento de la Realidad es la lengua común, que es la máquina gratuita que se le da a la gente, y que por tanto no es de nadie, ni “tiene más amo que quien la habla”. La lengua común se construye con un vocabulario semántico que - a diferencia de su maquinaria, que es la gramática propia de cada idioma- no puede darse nunca por cerrado, es pues infinito: “los significados de las palabras están constantemente alterándose, como de rebote, por los actos sin fin del habla”.

Por lo tanto, si bien la lengua común es la base sobre la que se construye la Realidad, la cual se pretende y se vende como totalizadora y en tanto que el Poder quiere y consigue imponerse a la verdad múltiple de la vida, convirtiendo al pueblo en mayoría y masa sumisa... Esa misma lengua común es la que puede des-cubrir la mentira constitutiva de la Realidad y del Poder, con sólo dejarse hablar y decir en el mundo, que es como se expresa la gente o el pueblo-que-no-existe pero que está ahí, pues “sólo tiene gracia (¡y misterio, y gozo, y vida!) lo que no existe”. Es el sin fin de las posibilidades lo que se cuela contra el decir de la Realidad que sólo habla del (sobre el) mundo, pues lo “real es, sencillamente, aquello de lo que se habla”. Por esto “nunca puede la Realidad estar cerrada ni ser 'todas las cosas'” como pretende la Ciencia y la Fe hacernos creer, al identificar “lo que hay con lo que se sabe”.

Como puede verse, para Agc desmentir la función y el uso que el Poder hace de la lengua es la primera tarea que debe emprenderse: “aunque el lenguaje sirve para hablar de la Realidad, y constituirla, sirve también, por el contrario, para descubrir su falsedad constitutiva, y al hacerlo, vuelve a ser algo que hay, y actúa, pero que no es real.”

La filosofía, el pensar todo de Agc es un pensar de raíz lingüística, de ahí que podamos hablar del anarquismo lingüístico de agustín, o del giro lingüístico del anarquismo a través del pensar de Agc, de modo similar al llamado giro lingüístico que se produjo en la filosofía durante el siglo pasado. En buena medida Agc y su pensar beben, radicalizándolo, de ese repensar la relaciones entre lenguaje y pensamiento, y que supuso avances destacables en el ámbito de la lingüística, de la lógica y de la filosofía de la ciencia (todo lo cual para Agc entraría en la esfera de la Ciencia y de la Fe, de la Realidad y del Poder, del Dinero y de la Cultura).

En primer lugar, asume la genealogía semántica de Nietzsche, por la cual las palabras tienen un desarrollo cambiante en su significado, al ser meras aproximaciones metafóricas a lo que queremos expresar con ellas, lo que implica que la realidad, lo que podemos ‘conocer’ sea sólo lo que podemos decir, y en esto reside la trampa del lenguaje. Trampa ésta que Agc vierte consecuentemente a la Realidad.

En segundo lugar, hace suyo el pensar del “segundo” Wittgenstein, respecto a que el único lenguaje de verdad es el que se produce en el habla de la vida cotidiana, no en el que se construye con intención de reflejar fielmente la realidad. Los distintos usos del lenguaje de una comunidad de hablantes constituyen otros tantos juegos de lenguaje, en los que el significado de una palabra está en función del uso que se haga de la palabra, del contexto en el que se enmarca. El lenguaje, por tanto, es mucho más que darle nombre a las cosas y tampoco puede sustituir a las cosas que nombra, por lo que resulta imposible concebir modelos lógicos que quieran nombrar fielmente lo que sucede en la realidad. De ahí, Agc extrae el sin fin de las múltiples posibilidades de la lengua común, en concordancia con los infinitos juegos de lenguaje de Wittgenstein.

En tercer lugar, de John L. Austin, uno de los fundadores de la pragmática lingüística, recoge la noción de “Acto del habla”, o acto de discurso, que es la unidad básica del lenguaje que realiza una acción (aserción, compromiso, orden, promesa, petición) con la intención de modificar la situación de los interlocutores. Los significados ya no dependen sólo del contexto, si no de la acción que genera o  a la que se refiera la locución que se emite.

Valgan estas tres referencias para conectar con la historia reciente del pensamiento el pensar anarquista de Agc. Mientras el Poder quiere que todo discurso sea asumido, interiorizado y sabido a su través, “pues la función del Poder es administrar la muerte y, para ello, lo primero es el saberlo y reducirlo todo a realidad”... los actos del habla, que son propiamente infinitos, rompen dicha uniformidad, abren siempre la herida que la Realidad quiere dar por cerrada para que nada ni nadie se le escape. Pero esta es la gran mentira de la Realidad y de su discurso, pues “al estar abierta al influjo de cada y cualquier acto de habla o pensamiento, que la alterna en su número y constitución, resulta que, por ahí, en la Realidad se cuela la verdad, que le era por principio extraña, como cosa que es, la verdad o la falsedad, de pura lógica, no de saber ni ciencia alguna”.

¿Pero, además del lenguaje y con la lengua como fondo, qué es eso que hay aquí verdaderamente que, sin embargo, no existe ni forma parte de la Realidad? La respuesta a esta cuestión conforma la radicalidad del pensar de Agc. Ese “algo que hay y que está en este mundo en el que hablamos, pero que no pertenece al mundo de que hablamos”, no es más que el que está hablando, es decir Yo, que “no soy ciertamente nadie determinado, no soy una Persona real ni cosa de la Realidad… soy algo que se escapa de todas las fronteras, de las ideas y de los cómputos… algo común a todos y a cualquiera, una comunidad que no es más que Yo dondequiera que Yo suene”, lo que vagamente se puede aludir como ‘pueblo’ o ‘gente’.

Esta radicalidad antinómica y severamente absoluta, entre lengua-razón común y realidad, entre posibilidades sin fin y poder, es sin duda el mayor atractivo del anarquismo lingüístico de Agc, que en manos de su autor ha producido el rico fruto de sus muchos diálogos y escritos, pero también es  posiblemente su talón de aquiles filosófico, su concepción más proclive a la crítica y la controversia. Porque su obra ya es -a pesar de agustín garcía- parte de la cultura del anarquismo del siglo XXI.


 Periódico cnt nº 395 - Diciembre 2012

La voz de la rebelión



El último artículo de Agustín García Calvo en la prensa libertaria. BICEL nº 20 - Mayo 2012.

Agustín García Calvo

A ver si se puede oír esto:

Por la razón y el sentido común podemos decirle a este régimen que padecemos, a todos esos planes de economía futurista que nos invaden desde lo alto, desde donde Estado y Capital (que son lo mismo en todas partes) mandan y nos mandan encima que estemos informados y preocupados, como si nos fuera la vida en lo mismo que les va a Ellos: en el futuro de su dinero, de su euro o de su dólar o de su yen o como se llame, en el futuro de las ventas demenciales de sus averiados productos, de esos que están llenando de basura los sitios donde se podría –quién sabe– vivir.

Podemos porque se puede decirle que no, simplemente que no, sin necesidad de proponer nada a cambio (ya la gente sabe por lo bajo cómo apañarse sin Ellos o puede irlo sabiendo a medida que tenga que hacerlo): sólo hay que perder un poco el miedo personal y dejarse decirlo, porque ya está bien de que nos traten como a idiotas acojonados, que tiemblan por su futuro, que no piensan más que en la seguridad (¡ja!) que puede darles una cuenta corriente, en tener para pagar y seguir comprando chismes inútiles a costa de venderse y matarse por un puesto de trabajo de los que Ellos promocionaron y crean y nos obligan a tener o no tener, como a idiotas que están llenos de eso que tanto nos animan a tener: sueños e ilusiones personales (¡ejem!), y que por tanto, no se enteran de nada de lo que están haciendo. Todos los días por todos los medios, tratan de demostrarnos que eso es lo que somos: unos auténticos individuos (Ellos dicen “personas”, que es una cosa muy santa), y que no hay más en la gente que eso.

La penuria de cada día, la miseria que vemos dentro y fuera, hay que verla -nos dicen- como si fueran el bienestar y la riqueza mismos por el miedo a perderlas, a quedarse sin ello. No hay más que ver esos lamentos que se promocionan por ahí, que hacen a tantos salir indignamente a reclamar más empleo, más educación, más sanidad pública a las calles, olvidados de que tal vez no hace mucho, antes de que les informaran sobre recortes y demás amenazas futuras, ellos mismos podían haber estado echando pestes de todo eso que llaman empleo, educación o sanidad, lo mismo públicos que privados. Es lo que está mandado pensar: que hay que dar gracias al señor y seguir así, progresando en lo mismo, porque, si no, podríamos volver a las cavernas. Pero qué pasa si en vez de engañarnos sin lo que ellos nos venden, que bien mirado, no puede ser nada de verdad bueno ni deseable para nadie. Todo el mundo sabe que son sustitutos. Sirven para llenar unas vidas contabilizadas previamente, que consisten en un tiempo vacío en que temer o esperar un futuro y otro futuro, que eso no merece llamarse ni vida, que es una existencia abstracta y sosa a más no poder. El dinero acaba con las cosas.

Para perder ese miedo, no hace falta más que dejarse pensar y decirlo, el alivio y el ahorro que sería para todo el mundo no tener que seguir contribuyendo a sostener tanta insensatez, que no haya papeles que hacer a todas horas, que no haya que ir a ningún sitio por obligación, ni trabajo ni vacaciones ni semana laboral que engorden los bancos, que no haya oficinas ni bancos ni ministerios ni más ventas de pisitos, automóviles y demás inutilidades. ¡Eso sí que sería economía de la buena, sin estados ni fronteras, la de la gente viviendo en la tierra, libre de todos esos estorbos de Estado, Trabajo, Dinero, Familia, libres del Hombre y su Historia! ¿No sentís cómo tiemblan los padres de la patria eterna, los ejecutivos creyentes en el Futuro? Quien diga que no se puede será que tiene algún interés en mentir, porque poderse, claro que se puede, que nada de verdad lo impide.

Sólo que a la gente le han dicho que algún gobierno de lo alto, algún orden tiene que haber, hecho de leyes y policías, porque si no, el caos, la ley de la selva y el comerse los unos a los otros. Pero no puede ser tan tonta la gente para creerse eso ni dejar que nadie se lo crea ¿no?, porque eso nunca se ha visto más que en fantasías o películas: el único caos y la única jungla que conocemos son éstos que han producido la administración de los estados al servicio del Dinero con toda violencia impuesta, los tenemos delante cada día sus horrores, sólo con fijarnos en el tráfico mismo. El miedo a los fantasmas de lo que podría pasar si no nos defendieran las leyes y sus fuerzas armadas de esos fantasmas que ellos mismos fabrican para asustarnos, sólo ese miedo vano, esa fe en que estamos seguros contra los fantasmas de las guerras y hambrunas que salen por televisión, parece ser más que nada lo que permite que la pesadilla real continúe.

Pero no puede hacerse creer por siempre a la gente que el terror en que “vivimos” es normal. Como decíamos al principio, aparte del miedo personal que nos han metido, vive entre la gente la razón y el sentido común que pueden decirle que no a toda esa organización del Dinero sin miedo ninguno, porque es horrible y mentirosa, y caiga quien caiga. Algún día habrá que despertar y decirlo ¿no?: pues que sea ahora. ¡Abajo la mentira!

¿O es que no se piensa que a lo mejor las mujeres y sus hombres, libres del dinero, podrían vivir y dejar vivir? Porque lo que es con Él...

Otro día seguiremos razonando, que ya se sabe que no se derriba el régimen de un soplo, pero mientras tanto cabe acá abajo corroer la fe en las mentiras que lo sostienen y dejarlo que se hunda.

¡Salud y a ello!

http://www.cnt.es/noticias/la-voz-de-la-rebeli%C3%B3n

 Periódico cnt nº 395 - Diciembre 2012

7 de diciembre de 2012

Agustín García Calvo y los presocráticos de La Boule d’Or



December 5, 2012 by latiendadelkirguise

 Hace casi 40 años que llegué a la La Boule d’Or . Sabíamos entonces que, justo enfrente de la peculiar fuente de Saint Michel que achaflana una triangular manzana, en esa misma plaza donde confluyen el boulevard del mismo nombre y la rue Danton, estaba el café la La Boule d’Or  y que allí encontraríamos a Agustín García Calvo, y donde, como “portavoz de todos los presocráticos”, ejercía, desde su exilio parisino, su libérrimo magisterio.
   Sabíamos de Agustín Garcia Calvo por su aura libertaria, era ya un mito en una época que mitificábamos todo, y sobre todo como precursor referente del “sesentayochismo” pues el no dejaba de ser para nosotros una especie de “soixante-huitard avant la lettre” ya que, tres años antes, en 1965 había participado en las primeras revueltas estudiantiles “apeándose” de su cátedra de latín en la Complutense para encabezar la protesta contra el régimen.
     Con un Barrio Latino tomado (¿todavía?…….) por los “especiales” C.R.S. llegamos aquella tarde primaveral  yo  y  un  colega  de  entonces , macuto a la espalda , y le “pedimos posada”.    Agustín enseguida alzó la voz a la concurrencia:   “ A   ver,    quién acoge a estos peregrinos?” – ciertamente, peregrinos, sí. A Amsterdam, a Londres, incluso a Las Indias algunos…. ( ser en lo nómada entonces, aparte de una búsqueda, era una estética). Al poco una de las chicas entre el “heterogéneo alumnado” levantó   la mano. Resuelto el alojamiento en una chambre de bonne, muy cerca, en el mismo boulevard.
     Lo primero que resaltaba de  Agustín  era  su – entonces realmente singular –  imagen: abundante pelo rizado , entrecano,  semirecogido en coleta , pobladas patillas hasta medio bigote (  al estilo del padre de Zipi y Zape  ) ,  llamativas  camisas  como  capas  de cebolla superpuestas , sucesivos y coloristas foulards , chaqueta de terciopelo adamascado, bolso de cuero en bandolera, dieciochescos zapatos con tacón y hebilla plateada….. Y luego su voz plena , potente , rítmicamente declamativa….. Y su discurso : políglota , sorprendentemente nuevo en su antigüedad de “filo-logo” : esto era lo que mas me llamaba la atención. Un sofista dado la vuelta, un desargumentador, un deconstructor  de ideas, un demoledor de preceptos llegando a la base de su genealogía, al mismísimo origen del concepto. Basado en su original manera de entender a los filósofos  presocráticos  nos  hablaba  de  Heraclíto  ( no Heráclito  acentuado así a la manera de la prosodia latina) desentrañando sus doxas, su razón, que era la común, la que hablaba al hablar, la que hablándose se decía ; haciéndonos así discernir el auténtico logos ;  y con el desmontar el trampantojo de la realidad impuesta .  Discípulos todos y  ninguno  ( como le hubiera gustado decir)  , de  las  mas  variopintas  nacionalidades   o procedencias idiomáticas, saltaba de una lengua a otra –viva o muerta (por el siempre viva)- en su “prédica” con pasmosa naturalidad.
   Agustín hablaba y hablaba y lo mejor era escucharle, era un orador de manantial; sermones, como el  suyo  “del ser y no ser” : su saber, su erudición  quedaba  como  escamoteada de natural, permanente comentario de comentarios entreverados de poemas propios y ajenos como aquel recitado entonces con “ Me traía la autoridad de acá para allá” como estribillo. Todo en la mesa del café o del bistrot, delante de una copa, o muchas, convivial. Agustín, de los pocos entonces con ingresos estables dada su labor profesoral en el Collège , asumía la mayoría de los gastos y anotaba en un cuadernillo préstamos sin interés ( y, a buen seguro, en su mayoría a fondo perdido…… )  Salíamos después animados  y  a animar la noche del barrio, cantando viejos romances castellanos como el de Blanca Flor, recorriendo las musicales cavas como el Chez Georges donde debutó  Amancio Prada, quién cantaría sus poemas. Y la noche se hacía hasta acabarse y confundirse no sabiendo nunca cuando, donde,  en casa de quién. París era en nosotros esa psicodélica tribu en ansia de libertad.
   Seguí siendo “garciacalvista” –y sigo-. Le ví y le escuché alguna vez más en su tertulia del “Manuela Malasaña”, o acompañándole en una visita a Santander tras haber sido invitado a participar en  La Escuela de Verano. Seguí sus intervenciones radiofónicas y llegué a ver representada su obra “Baraja del Rey Don Pedro” con el Teatro de la Abadía. Aunque sin su voz , nos quedan en Lucina sus reputadas obras de filólogo , de filósofo , de gramático , de imprescindible traductor ( el que quiera sentirse como Homero en su tiempo ha de leerle en su fidedigna versión de la Iliada, lo mismo que a Lucrecio, o el Shakespeare de los sonetos y muchas mas…), de dramaturgo, de escritor de cuentos y vitales relatos donde riza el rizo del castellano popular, de poeta. Y el recuerdo de sus versos en el modo de encabalgarlos…. Su afectuoso e irreductible corazón libertario.
   En una época que olvida por decreto las humanidades, quedaremos aún los que echaremos en falta su magisterio. Pese a la identidad que cuestionaba poniendo su nombre de autor entre signos interrogantes: ¿Agustín García Calvo?:  ¡Qué suerte haberte conocido!

                                                 Mariano Gómez de Vallejo  (*)   
                                                            
Mortera, Noviembre 2012

(*) (Mariano Gómez de Vallejo es un pintor que escribe)

Agustín García Calvo: El hombre que supo decir ¡no!


Profesor, filósofo, filólogo, traductor, poeta, dramaturgo… El 1 de noviembre fallecía a la edad de 86 años uno de los grandes pensadores e intelectuales de nuestra época, Agustín García Calvo.
I. Nistal Periódico cnt
Natural de Zamora, buena parte de su vida transcurrió en la capital (autor del himno de la Comunidad, conocidas eran sus tertulias en el Ateneo de Madrid), donde se doctoró en Filología Clásica, ocupando una cátedra primero en Sevilla y posteriormente en Madrid. Su apoyo a los estudiantes libertarios tras las protestas estudiantiles de 1965 (anticipándose al famoso mayo del 68) le obligó a tomar camino al exilio francés. En 1976 pudo regresar de nuevo siendo restablecida su cátedra, permaneciendo con ella hasta 1992, año en el que se jubiló.
Defensor de las ideas anarquistas, a través de sus escritos y  conferencias pudimos comprender su posicionamiento contra el Poder, el Estado, el Capital, el individuo, la pareja, la familia, el futuro, el progreso, la democracia… en definitiva, contra todo lo establecido, siendo capaz de hilar y razonar cada aspecto como ningún otro, de ahí los diferentes premios nacionales a su obra y el reconocimiento institucional y mediático tras su muerte, algo que por otra parte a buen seguro le indignaría bastante. Hablando de indignados, el nacimiento del 15-M le hizo rejuvenecer, siendo un asiduo a sus actos (su famoso discurso en Sol lo reproducimos en nuestras páginas – verCNT nº 381).
Su activismo anarquista se puede encontrar a lo largo de toda su vida. En su Zamora natal participó en la Escuela Superior de Sabiduría Popular tras la ocupación del Cuartel Viriato (1990). Y poco antes de morir había mostrado sus intenciones de apoyar a la asamblea contra el AVE a su paso por Valorio. Memorable fue su “Manifiesto de la Comuna Antinacionalista Zamorana”.
También en el exilio francés ejerció su condición de activista como traductor para la editorial Ruedo Ibérico, organizador de tertulias políticas en el Barrio Latino, co-autor del opúsculo “De los modos de integración del pronunciamiento estudiantil”, apoyo y cobijo para miembros de Angry Brigade, del Grupo Primero de Mayo, y demás activistas antifranquistas y anticapitalistas.
Relación con la CNT
Destacado conferenciante, asidua fue su presencia por toda la península en los diferentes actos culturales del sindicato, especialmente en la década de 1980 y 1990 (Puerto Real, Salamanca, Zaragoza, Valladolid, Granada, Compostela, Barcelona, Zamora…). También participó en la Semana Cultural del V Congreso de la Casa de Campo de Madrid (1979).
Fruto de esa estrecha relación con la CNT colaboró en sus publicaciones siempre que fue requerida su presencia: CNT, Bicel… participó junto a su compañera sentimental Isabel Escudero (también poeta y ácrata) en el libro “¿Quién dice no? En torno a la anarquía”, así como en el libro “Cien imágenes para un centenario”, con motivo del centenario de la Confederación Nacional del Trabajo, ambas publicaciones editadas por la Fundación Anselmo Lorenzo (FAL). También editó su libro “Contra el hombre”.
En el funeral no faltó una corona de flores del sindicato, así como la presencia de José Luis García Rúa, ex-Secretario General de la CNT y amigo de toda la vida de Agustín tras coincidir ambos en Salamanca durante la carrera de Filología.
¿DE VERDAD MURIÓ NUESTRO AGUSTÍN?
José Ramón Palacios, Fundación Anselmo Lorenzo
En la mañana del día 1 de Noviembre del 2012 murió, en su Zamora natal, Agustín García Calvo… Realmente así lo propagaron los medios a toda página. El Régimen celebró con pesar, decían, sus extraordinarios méritos personales: sus premios- como personaje mereció ganarlos todos-, sus escritos, sus palabras, y hasta sus furibundas diatribas contra el Régimen.
Políticos, sesudos intelectuales, y arribistas de todo pelaje y condición, para gloria propia, alabaron el éxito profesional del maestro; algo que él siempre desestimó porque el valor personal es el precio que pagamos “para ir tirando”, realizados como individuos, cosas del Régimen, y claro, lo que tiene precio carece de valor. Y todas las alabanzas coincidieron en reafirmar el triunfo, desgraciado, de la muerte como futuro inexorable que a todas las personas nos espera, y como tal, la trampa ideal que impide el disfrute de la vida, suplantada por una tediosa existencia prisionera del tiempo real que nos cautiva. Ignorantes de estas y de cualesquiera otras sencillas enseñanzas del maestro, como que “si algo pasó, pasa, o puede pasar de verdad, solo puede pasar ahora, fuera, pues, del tiempo real”, al final supieron entre todos poner las cosas en su sitio, como está mandado: mandaron a Agustín con su extraordinaria obra, al limbo de la historia y el recuerdo. Y hecho el cómputo volvieron a cuadrar las cuentas: un muerto más, un vivo menos. ¡Descanse en paz!
Sin embargo, a veces en algún lugar, la gente se reconoce  en los demás, se desparrama por el discurrir de lo común de la razón, se siente libre de la pesada carga de ser cada uno lo que tiene que ser, y entonces gritan y hablan los corazones, la chanza de la vida reaparece, y ahí siguen como siempre la mueca burlona del maestro y sus decires, los argumentos y sano juicio de sus queridos presocráticos, y las ingeniosas ocurrencias de cualquiera para denunciar la falsedad de la realidad que constituye este asfixiante “Régimen Progresado”; para  descubrir que el orden democrático también es el orden impuesto por los de arriba y descreer de la fe de los de abajo que lo sustenta; para combatir el poder del dinero y el dinero del poder; y para recordar que un fantasma recorre sin fin, por lo bajo, pueblos y corazones, y de cuando en cuando se aparece a la humanidad como fresca vida nueva, hasta que se consuma y  consume en el ideal revolucionario, realizada como otra histórica revolución para el estudio. Y aquí llegado, inocente y cargada de ilusión, surge una pregunta: ¿de verdad murió nuestro Agustín?
¡AY, AGUSTÍN, SI VOLVIERAS A REIR COMO TÚ SABÍAS!
Antonio Orihuela, poeta
España siempre ha sido un país de payasos del Poder, no de filósofos, no de hombres justos, sabios, apasionados del conocimiento, de la razón común, de lo que de pueblo pueda quedar en cada uno de nosotros. Solo sabiendo que España es un país de payasos se explica que la muerte de Agustín García Calvo haya sido hurtada de todos los medios de formación de masas a los que él tanto atacó como criticó, y que ahora, póstumamente han vuelto a hacerle el mismo vacío que ya conoció. Poco importa, Agustín seguirá siendo querido y leído como él quería, lejos de las grandes tribunas del Poder, y los homenajes se le harán, como así fue mientras estuvo entre nosotros, por los de abajo, sus lectores, la gente que compartía con él el gusto de la charla y el debate. Todavía hoy se puede leer en la página de la web de Lucina, la editorial que montó para que pudiéramos leer sus textos, las dos intervenciones que tenía previstas para el mes de diciembre, en Madrid, la posibilidad de recibir, en el mismo corazón de la Bestia, el aire fresco de su pensamiento en la Tertulia que celebraba todos los miércoles en el Ateneo para delicia de anarquistas, ex alumnos, poetas, estudiantes, filósofos y delincuentes.
A Agustín, a pesar de ser uno de los pensadores más lúcidos de este país nunca le sonrió el éxito, esa cosa que el Poder ha fabricado para los dóciles, los que siguen la corriente, los que jamás van a levantar la voz contra el Amo. A cambio, Agustín disfrutó del mejor de los tesoros, el de la cálida amistad de los que lo leían, lo escuchaban, lo consideraban su maestro. Así fue desde los lejanos días en los que la maravillosa solidaridad de José María Valverde y el que había sido su maestro en Salamanca Antonio Tovar renunciaron a sus cátedras voluntariamente como protesta contra su expulsión de su cátedra en la Universidad Complutense por apoyar las protestas estudiantiles de mediados de los sesenta.  Gestos así hablan de la calidad humana que se gastaban algunos de esa generación, la dificultad para encontrar dentro y fuera de la universidad española de luego y de ahora personas de esta altura, con esta disposición a la justicia y la camaradería, con esa capacidad intelectual que derrochaban a raudales y de la que el mismo Agustín siempre fue un exponente sin igual.
Envuelto en sus camisas de colores, constantemente interrogándose hasta sobre su propio nombre,  Agustín merodeó toda su vida alrededor de la lengua, los problemas de gramática centraron su actividad intelectual ramificada desde ese hablar, ya fuera la filosofía presocrática, el tiempo, Dios o la realidad, y frente a ellas, el teatro y la poesía como lenitivos que sus amigos, no sólo Chicho Sánchez Ferlosio y Amancio Prada, se encargaron de difundir para todos los que quisieron escuchar su palabra que, frente a la Cultura que el denigraba porque era instrumento del Poder y cadáver del capitalismo, era anónima, gratis, libre, directa  y sin forma fija.
También cultivó el género periodístico, desde sus columnas se convirtió en el azote de la mediocridad burguesa atacando al Estado, la religión, la ciencia, la familia, la pareja, el individualismo, el automóvil, la paz, la democracia, el nacionalismo, la titulitis, la sociedad del bienestar o el futuro, desde una posición libertaria y negacionista que constituye el cemento de toda su producción intelectual.
Agustín trataba de dar voz a un sentir anónimo desde el que se oponía a los manejos del Poder. Desde él denunciaba la realidad acotada según las prescripciones del Poder y a él sometidas, apostando en sus discursos por liberar lo impredecible, lo sometido, lo imprevisible  que pueda ocurrir, identificando ésta posibilidad como la única oportunidad de vincularnos como gente que en su indefinición e inmanejabilidad lucha contra el Poder y la Realidad. Que es pueblo en la medida que sufre el Poder, un poder que lo puede todo en la medida que tiene muchas caras, no todas coactivas ni coercitivas, porque el Poder también está ocupado por las esperanzas, las ilusiones con las que hemos sido colonizados, el Poder también es el de la publicidad, los padres, la educación, los exámenes, el dinero, los bancos, los políticos que nos aseguran que ellos, en la medida que tienen el Poder, lo pueden todo menos lo que no se sabe, lo que aún no está hecho, lo que puede pasar, todas esas probabilidades que no son aún Realidad ni Régimen y por lo tanto que quedan fuera del Poder y contra las que el Poder no puede y que mientras se mantenga en esa naturaleza el Poder nunca podrá con ellas.
En esta lucha, Agustín consideraba que el lenguaje tiene un papel fundamental en la opresión de la gente aunque, paradójicamente, también en el lenguaje, partiendo de él, se encontraba el lugar desde el que podría liberarse la potencia de la gente contra la opresión del Estado y el Capital en la medida que el lenguaje es tanto un territorio ocupado como una tierra de nadie de donde aún puede brotar lo imprevisible, lo inesperado que quiebre el orden estatista, la expresión popular por excelencia. Una potencia que lejos de reconocerlos como interlocutores debía negarlos como única alternativa para no caer en sus garras.
Unas garras de las que ni el mismo Agustín estuvo nunca a salvo, debatiéndose toda su vida entre la dialéctica de la libertad y la sumisión, entre lo que se puede conseguir y el precio que hay que pagar por ello. Desde esa lucha se enfrentó al Estado, que lo envió directamente al exilio, a la Hacienda Pública, que lo encausó, a las instituciones culturales que le dieron unas veces de lado y otras lo cortejaron con premios que él aceptó a regañadientes y entre titubeos.
Y contra esas garras aún le quedaban fuerza, rigor y gracia, a sus ochenta y cinco años, para sumarse a las protestas en la Puerta del Sol, con la gente viva del 15-M, a donde estuvo acudiendo durante meses todos los jueves para, megáfono en mano, hablar con quienes quisieran sentarse a su lado sobre los grandes enemigos que la gente tiene, para desengañarnos a todos del futuro, esa arma con la que el Poder nos somete y seduce, para llevarnos a su redil aún más sumisos, domesticados y previsibles, para matarnos así en vida. Frente a ella, también Agustín alzaba su portentosa voz para decirnos que solo reconociendo que no tenemos futuro, que no queremos ningún futuro, podemos liberarnos del Poder y de sus instrumentos para empezar a vivir la vida impredecible del aquí y el ahora juntos.
Con esa alegría, la de las asambleas de la primavera de 2011, que Agustín estaba esperando volver a recuperar desde aquel lejano 1965, se despidió de nosotros hace unos días. Salud, anarquía y hasta siempre querido maestro.

1 de diciembre de 2012

Homenaje a Agustín García Calvo en la Librería Antígona, Zaragoza

Para finalizar las actividades del DIA DE LAS LIBRERIAS queremos hacer un homenaje a Agustín García Calvo, recientemente fallecido. Será a las 21 h. Inabarcable su obra y su persona.

Leeremos fragmentos de sus libros, escucharemos grabaciones con su voz. Oiremos la música de quienes lo musicaron. Haremos retahíla de sus títulos.. Tenemos expuesta una gran parte de su obra y un gran panel con diagramas de su mano que realizó en una charla sobre el lenguaje en la librería.

PRIMERAS TINTAS DEL DUELO


Isabel Escudero


 “…cuando siento tan vivo aquí este rastro
de tul piel y tu sudor  y tal me brilla
tu  ojo de azabache como el astro
de la tarde al morir; y , si me humilla
tu muerte, no me roba, no la alhaja
de haber gozado de tu maravilla.
Pues ya ves: te he bordado la mortaja;
y,  mientras yo por el sinfín me pierdo,
ten esta embuesta de dorada paja,
y viva con el mío tu recuerdo.”
Al burro muerto (Endecha)

Agustín García Calvo

Así terminabas aquel canto de amor desesperado a nuestro burro muerto, que un auto nos lo había matado una noche de luna llena allá  por las hermosas lomas de las Navas, donde otrora pastaban libres los onagros antes que la peste de Dios de gasolina y mucha prisa, (para ir no se sabe adónde), extendiera sus redes de asfalto y la administración de muerte invadiera  hasta los más recónditos campos. Quisiste en esa airada endecha que resonara «Lo han matado». «Era bueno, y por eso lo han matado. No era mío, ni suyo tampoco, y por eso era bueno, y por eso ha tenido la Realidad que matármelo». Que no eras tú tampoco amigo de propiedades y autorías. Recuerdo tantas veces, antes de los recitales en que juntos  subíamos a escenarios y plazas a dejarnos decir de viva voz razones y canciones,  que solías advertir al público: «Si algunos de estos versos que vais a oír aciertan a tocaros el corazón, si os hieren de verdad, los buenos, esos no son míos». Que el poeta ha acertado a quitarse de en medio y ha dejado hablar a la lengua, al lenguaje corriente y  así devuelve al pueblo lo que del pueblo tomó prestado.  Como aquel otro asnillo de la fábula que tan juiciosamente nos recordaba que la flauta suena por casualidad, y que acertó de pura casualidad el secreto de la poesía. Que si ella surge,  cualquiera cosa que sea eso de la poesía, es cuando quiera soplar tu resuello de pueblo que es la sola musa que vive en la lengua corriente y moliente.  Porque  el pueblo, cuando le dejan y se deja hablar, respira por la herida  y el acierto de un poema o una copla, una balada o un romance  no es otro que  el descubrimiento de la mentira de la Realidad, algo que hiere en lo más profundo.  Que toca  a la par  el corazón y la razón, sentir en uno  la desgracia común no nos da la felicidad, pero nos abre un grano de honda alegría. Mucha poesía literaria, inocua, de eso te quejabas cumplidamente: «Porque se premia lo que a los oídos/de nadie va a hacerle mal, ni nada bueno/y tan sólo se venden los vendidos».
 Gracias te doy, Agustín, por lo mucho y bueno que nos has dado. Y aunque tú personalmente me faltes y esa flecha se me clava con encono cada mañana al abrir los ojos, a la vez  tú también me das el bálsamo para curar tu ausencia. De tanto y tantos años a tu vera he aprendido de ti la tozudez y las mañas en eso de olvidar lo sabido para dar suelta a lo desconocido, algo que queda de amor sin nombre propio ni ley latiendo por lo bajo de cada uno. Y en ese misterio que no obedece al tiempo cifrado ni a la Historia te reconozco tan libre y rebelde como siempre y hasta dispuesto una vez más —para hacerme sentir más vivamente tu compañía— a enzarzarte de nuevo conmigo en las graciosas disputas que avivaban nuestro tan duradero amor. Porque ¿cómo podría yo demostrar mi amor leal a un insumiso más que siéndole desobediente? Es como si así estuvieras ya respondiendo a mi desconsolada y última pregunta: ¿Pero, maestro, con quién voy yo a pelearme ahora?
Cómo puedo convencerte, amigo,  de que sigues aquí,  que es imposible que no estés. Usaré tus propias artes y razones. Tú hiciste un día herido del más puro amor esta endecha por la pérdida de nuestro burro,  hoy para revivirte repito para ti tu mismo canto: «Yo canto un burro y la muerte en él y por él, y a la vez que me nubla el alma esta sombra de burro que me ha dejado atrás, a la vez una ira me hace clamar que no ha muerto, que lo han matado, que lo ha matado la Realidad»… Pero tú, ¿no nos descubriste que la Realidad no es todo lo que hay,  y que es falsa no sólo porque lo es,  sino porque pretende ser todo lo que hay? «¡Ea pues, rebuzna! ¡razona tú, burro! Razón es tu queja. Y otra vez rebuzna más, más, que te oiga, y el mundo a lo ancho oiga como puja a salir desgarrada por entre los dientes la verdad desnuda!»
Por alguna fisura  has logrado escaparte, has sabido zafarte del mortal silogismo, porque no te atañía a ti  la condena de los Hombres, (que de ellos no decías nada bueno), y ahora, ahora mismo, escucha: ya  vuelvo a oír junto a mí tu limpia voz: «La guerra sigue» y tu «NO» alto y tozudo contra cualquier Poder venga de donde venga, y más si viene de UNO mismo. Y ahí están los amigos y fieles seguidores que cada miércoles puntualmente te aguardan en la tertulia política del Ateneo;  y  los tuyos  con el corazón atento y la puerta de la casa abierta esperando  a la mesa frente  a tu plato vacío por el gusto de verte de nuevo comer con el gusto con que comías; y ahí también  tus muchos y  queridos libros nacidos  de tus entrañas y crecidos de tu empeño contra viento y marea año tras año; y en las plazas florecidas de indignación, mira cómo te reclaman  tantos y tantos muchachos despiertos  que les brillan los ojos de luz de tu desnudo y alegre desengaño. Y mira, Agustín, allí está Bebela en la ventana que da al jardín nevado de las Navas, que de nuevo te grita: «¡Un burro!».

Isabel Escudero, 1 de Diciembre de 2012
Publicado  el 8 de Diciembre en el Diario El Norte de Castilla en el Suplemento Cultural  La sombra del ciprés, en homenaje a Agustín García Calvo